Él camina por la acera de enfrente y me da asco mirarlo: cabello seboso, acné en la cara, cuencas lagañosas y vacías. El calor de la tarde le ilumina el rostro y llama la atención su ausencia de retinas.
Aunque lo intente no puedo evitar mirarlo, y sé que de algún modo él también me mira.
Su frente refleja el sol, encandilando a los demás paseantes, quienes al verle los labios pálidos intuyen que no ha comido en todo el día; por eso acercan monedas lastimeras a su sombrero. Todos lo saludan y fingen interés cuando charla cosas sin sentido, quejas de sus dolencias. A mí se me revuelve el estómago, me dan náuseas él, la situación y la falsa compasión de los demás.
Pero acabo de descubrir que es mutuo. Hoy por la mañana lo encontré, me detuve frente a él por algunos segundos y pude percibir que le desagrado. Torció la boca, como si yo causara repulsión. Me preguntó: “Qué me ves, pendeja”, pero no supe cómo responder, así que me hice a un lado.
miércoles, 7 de mayo de 2008
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