Las vecinas lavan ropa. Friegan trapos todo el día, maltratan sus manos en el tallador colectivo aunque algunas tengan lavadora – porque luego gastan mucha luz –. Entre un calzón y otro salen a flote los amoríos de doña Julieta, las golpizas de Gloria, las infidelidades de don Ramiro. Sus vidas y sus chismes son también garras sucias que hay que limpiar y tender, como los comentarios sobre el clima, los aumentos, los hijos y esos temas cotidianos que les permiten desgastarse acompañadas. Se les va la vida por la coladera junto con la espuma del jabón; y me deleito mirándolas, esperando a que alguna, por accidente o a propósito, asome de más sus senos flácidos rebotando al ritmo de la tallada.
No sé por qué me siento como un perro que saliva antes de que el amo le lance una croqueta…
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