martes, 24 de febrero de 2009

Voyeur de almacén

Lo que desde su lugar parecía una guerra de estrógenos y carne blanda, era en realidad una noche de rebajas. La mezcla de perfumes, sudor, menstruación y productos para el cabello formaban un ambiente nauseabundo y denso, por eso decidió sentarse en la única banquita que se encontraba en el área de los probadores, donde apenas podía distinguirse su cabeza de entre tantos fondos, brassieres, calzones, muslos, panzas, senos y nalgas.

Al principio se sentía incómoda, un poco nerviosa por ver tanta piel al desnudo, porque “las mujeres deben ser pudorosas”, pero después, cuando sus ojos ya se habían acostumbrado a los tonos rosados y a las siluetas suaves y con curvas, se permitió comparar, una a una, a todas las compradoras que se decidían por alguna prenda linda. Así estuvo largo rato hasta que sus ojos encontraron a una muchacha más o menos de su edad, cuya expresión la evidenciaba confundida entre la multitud. Entonces de la comparación pasó al análisis: los pliegues, la textura, la tonalidad, la forma, la cintura, el torso, los senos pequeños y picudos, los hombros, el cuello, los labios y sus ojos, que ahora le lanzaban una mirada penetrante.

Por un momento no supo qué hacer, el hecho de ser atrapada viendo de manera reprochable no sólo a esa chica sino a todas las que estaban ahí, la hacía sentir repugnante. Tuvo miedo de que la acusaran de lesbiana, estuvo a punto de vomitar, a no ser porque la otra muchacha cambió su expresión inmediatamente, se acercó y le comentó con cara de alivio ¿Verdad que estaría chido tener unas bubotas de ese tamaño? Sus piernas se desvanecieron, pero se sintió cobijada por el confort de la complicidad vouyerista.

lunes, 9 de febrero de 2009

Aventuras de una seudo cinéfila I

El niño con el pijama a rayas

Una va al cine a ver una película más sobre la Segunda Guerra Mundial. Una compra palomitas, se sienta en la butaca, guarda silencio y se sumerge en la función, cuya historia central no está basada en un hecho real. A pesar de saber que es mera ficción, Una se conmueve y convulsiona desde su asiento. Otro más, su compañero, tiembla cuando todo termina. Siempre se cree que la ficción se aleja de la realidad, y que la deforma hasta cerrarle la posibilidad a la empatía; pero esa anécdota falsa, esa perspectiva tierna e infantil en medio de la guerra le permiten a Una, al Otro y a toda la sala encontrar una verdad muy cruda: millones de niños padecieron hambre, dolor, maltrato y muerte por el simple hecho de pertenecer a una raza.

Judíos, palestinos, chiapanecos, salvadoreños, chechenos, de diversas religiones y regiones. ¿Cuántos niños seguirán sufriendo por estas causas? ¿cuánto falta para que estas tragedias no se repitan? La ficción no está tan alejada del mundo real como se piensa, por eso Una llora y se entristece cuando aparecen los créditos de El niño con el pijama de rayas, pues le han dado en su pata de palo.

martes, 3 de febrero de 2009

Dos historias

Desde chico mi papá me llevaba con el “Güero“ a que me cortara el pelo, siempre recuerdo el olor del agua que usaba para rasurarnos las patillas y la nuca, quizá por eso sigo viniendo a su peluquería.

La navaja viene y va, se acerca y se aleja de mi otra mano mientras la afilo en el cinturón que cuelga de la silla. Carmen siempre criticó mi trabajo, nunca lo dijo pero estoy seguro que pensaba que era un oficio para jotos, pero no es cierto, yo no soy estilista, soy peluquero, como lo fue mi papá. Mucha gente lo conocía, gente que sigue viniendo, algún día mi hijo será peluquero, si Carmen regresa y quiere casarse conmigo.

Siento las manos del peluquero mojando mi cabello. Él tiene un oficio, en cualquier lado puede poner un local y trabajar con sus manos y sus tijeras, yo necesito que alguien me dé trabajo, por eso tengo que cortarme el pelo cada mes, me crece mucho, cuando estaba en la escuela lo podía traer largo… ahora ya no. Se ve mal con la corbata, se ve mal en el comedor.

Nunca le faltó nada, vivíamos bien, no teníamos lujos pero íbamos al cine seguido y en Semana Santa a Tampico, tomábamos los fines de semana, de seguro fue Laura la que le dijo cosas de mí. “Pinche estilista, de seguro es maricón”. Pinche Laura y pinche Mongolia exterior.

El mes pasado encontré unas facturas que no cuadraban, le dije al Supervisor y me contestó que no la hiciera de tos, que peligro y por no hacerlo me tocaba algo. Vomité en el baño… a veces no nos damos cuenta y todos llevamos camisa celeste al trabajo, se ve cuando estamos en el comedor, no decimos nada porque nos da vergüenza saber que somos iguales.

La verdad es que no va a regresar… me dijeron que la vieron en el cine con otro, me voy a quedar cortando pelo toda mi vida, sacándole plática a los que vienen y se van. Algún día moveré la navaja de más y me rebanaré las venas. Algún día.

La sangré brotó del cuello, manchando la capa que los peluqueros le ponen a los clientes para que no se llenen de cabello.