martes, 24 de febrero de 2009

Voyeur de almacén

Lo que desde su lugar parecía una guerra de estrógenos y carne blanda, era en realidad una noche de rebajas. La mezcla de perfumes, sudor, menstruación y productos para el cabello formaban un ambiente nauseabundo y denso, por eso decidió sentarse en la única banquita que se encontraba en el área de los probadores, donde apenas podía distinguirse su cabeza de entre tantos fondos, brassieres, calzones, muslos, panzas, senos y nalgas.

Al principio se sentía incómoda, un poco nerviosa por ver tanta piel al desnudo, porque “las mujeres deben ser pudorosas”, pero después, cuando sus ojos ya se habían acostumbrado a los tonos rosados y a las siluetas suaves y con curvas, se permitió comparar, una a una, a todas las compradoras que se decidían por alguna prenda linda. Así estuvo largo rato hasta que sus ojos encontraron a una muchacha más o menos de su edad, cuya expresión la evidenciaba confundida entre la multitud. Entonces de la comparación pasó al análisis: los pliegues, la textura, la tonalidad, la forma, la cintura, el torso, los senos pequeños y picudos, los hombros, el cuello, los labios y sus ojos, que ahora le lanzaban una mirada penetrante.

Por un momento no supo qué hacer, el hecho de ser atrapada viendo de manera reprochable no sólo a esa chica sino a todas las que estaban ahí, la hacía sentir repugnante. Tuvo miedo de que la acusaran de lesbiana, estuvo a punto de vomitar, a no ser porque la otra muchacha cambió su expresión inmediatamente, se acercó y le comentó con cara de alivio ¿Verdad que estaría chido tener unas bubotas de ese tamaño? Sus piernas se desvanecieron, pero se sintió cobijada por el confort de la complicidad vouyerista.