Una va al cine a ver una película más sobre la Segunda Guerra Mundial. Una compra palomitas, se sienta en la butaca, guarda silencio y se sumerge en la función, cuya historia central no está basada en un hecho real. A pesar de saber que es mera ficción, Una se conmueve y convulsiona desde su asiento. Otro más, su compañero, tiembla cuando todo termina. Siempre se cree que la ficción se aleja de la realidad, y que la deforma hasta cerrarle la posibilidad a la empatía; pero esa anécdota falsa, esa perspectiva tierna e infantil en medio de la guerra le permiten a Una, al Otro y a toda la sala encontrar una verdad muy cruda: millones de niños padecieron hambre, dolor, maltrato y muerte por el simple hecho de pertenecer a una raza.
Judíos, palestinos, chiapanecos, salvadoreños, chechenos, de diversas religiones y regiones. ¿Cuántos niños seguirán sufriendo por estas causas? ¿cuánto falta para que estas tragedias no se repitan? La ficción no está tan alejada del mundo real como se piensa, por eso Una llora y se entristece cuando aparecen los créditos de El niño con el pijama de rayas, pues le han dado en su pata de palo.
Judíos, palestinos, chiapanecos, salvadoreños, chechenos, de diversas religiones y regiones. ¿Cuántos niños seguirán sufriendo por estas causas? ¿cuánto falta para que estas tragedias no se repitan? La ficción no está tan alejada del mundo real como se piensa, por eso Una llora y se entristece cuando aparecen los créditos de El niño con el pijama de rayas, pues le han dado en su pata de palo.
1 comentario:
Aún no la veo… los niños, lo que temo del día del juicio final, es que sean ellos quienes nos juzguen, será infinitamente más terrible de lo que describe San Juan.
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