jueves, 22 de enero de 2009

La última tarde del mundo

Desde la mañana ya sentíamos que algo raro iba a pasar. Era una mañana gris, caliente, pero se sentía diferente. Nadie trajo nada. No había paquetes que enviar tampoco. Como es viernes el Gerente no vino. Es lo bueno de trabajar en la mensajería, a veces hay tiempos muertos, como de seguro ahorita estamos todos. Jugamos futbol en el patio, pero al mediodía nos ganó el calor… alguien comentó que el teléfono no había sonado para nada, tenía razón. Usamos el radio para preguntarle a los de Zaragoza si ellos tenían jale, no nos contestaron. Llamamos a Monterrey pero nunca levantaron el teléfono. Así lo hicimos con todas las líneas en todas las dependencias. Nada. Anita se fue a su casa, pues no había nada que hacer. Quince minutos después regresó llorando. No había nadie. Ni en el camino ni en la plaza ni en su casa. Marqué para ver cómo estaban Alma y el niño, pero tampoco hubo respuesta. Estamos solos. Por la tarde el cielo se puso rojo. Joaquín se subió a la camioneta y dijo que iba a buscar gente. Se fue como hace seis horas. Estamos solos. Estamos muertos.

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