lunes, 6 de octubre de 2008

J.

I
M. imaginaba a Resnais observándoles detrás de la lente, persiguiendo cada uno de sus movimientos.

La angustia desaparecía con cada zancada, con cada brinco con el que M. sorteaba los charcos de agua sucia. Sentía la lluvia resbalándole por la cara, el frío que le erizaba el torso ante la inútil resistencia del rompevientos.
Por qué no quedarse en el departamento, por qué salir a la calle, a las luces de los automóviles, al hastío de la gente protegiéndose de la lluvia, al vapor de las bocas por el aire helado.
A cada paso M. iba olvidando una a una todas las preguntas, abandonando cada vez más la idea de pasar el resto de la noche en la cama de J.
-Sabes que si llega Marcia nos lo arruina todo,
M. desacelerando, deteniendo con un golpe suave la velocidad de J.
J. lo miraba de reojo, casi con ternura, con ese gesto suyo y tan identificable de tonto, no entiende lo que pasa.

II
Y bajo la gruesa capa de la realidad, M. se veía a blanco y negro, tonos grises y lamentando una Hiroshima devastada; Lui despidiéndose de Elle, y Elle murmurando el clásico ya nunca volveremos a vernos, tomándole la mano derecha, aferrándose a los nudillos y a la piel de una mano fría, ya ausente.

Nunca habían salido a la calle con las manos entrelazadas, Resnais, los flashbacks, M. recordando como una tarde, hundidos en el piso de su habitación, borrachos de ron y ´round midnigth stella by starligth, creyéndose impunes, pactaron no complicarse porque en aquellos tiempos ya todo era tan complicado… mejor no esperar nada de las cosas, mejor no esperar nada de nadie.

Y ahora estaban ahí, caminando o pretendiendo caminar, hechos nudos, como lentas bestias rumiando la humedad, retrasando cada instante, empantanados por el peso de las ropas empapadas de certidumbres.

III
Elle y Lui, perdiéndose, Resnais tomando su cámara y largándose a donde sea, dándole la espalda a M.
M. viéndole dar la vuelta en cualquier esquina, dejándolo ir, ya no importa. Él no era Lui y J. nunca podrá ser Elle.

IV
M. caminaba, sólo caminaba, después de todo así se presentaron las cosas, se habían encontrado sin proponérselo, irremediablemente, aceptándose casi con desgano.

Por qué, si antes, otras personas, más importantes y estuvieron más tiempo… también se habían ido y nada había quedado, nada había pasado mas que un malestar y luego la hosca ausencia que con el tiempo desaparecía.
Por qué el melodrama de la lluvia y el frío, si llega Marcia nos lo arruina todo…
Qué es lo que arruina, qué es todo.

Por qué.

V
M. aceptaba el rumbo que J. decidía, lo hacía para evitar contrariarse, mejor pensar otras cosas y no a dónde llegar.
J. tomaba los caminos precisos, dar vuelta en esta o aquella calle, cruzar tal avenida y llegar a este punto, rodear esa calle para, siempre, siempre llegar a algún lado.

J. apretaba la mano de M. cuando había que cruzar algún semáforo o cuando era necesario cubrirse en algún techo cuando la lluvia arreciaba. Él sentía la opresión innecesaria, de más.

Iban a ningún lado, J. lo miró y le dijo ya hallaremos un buen lugar.


VI
Aquí, dijo J.

Y aquel lugar tan impreciso, indeterminado, estaba iluminado por una luz chillona y amarilla, y cientos, miles de palomillas se arremolinaban en busca del calor de las lámparas.

M. encogió los hombros y un está bien brotó de sus labios como no queriendo salir.

Chow y Su, escondiéndose de la ciudad, escondiéndose de sí mismos, aislados en su burbuja de cámaras lentas, coreografías y humo dorado. Flotando, navegando en su propio tempo, mientras las cosas afuera de la burbuja sólo transcurrían, interminablemente.

Y la realidad era dos mundos desgajándose con la lluvia, dos burbujas deslavándose y a punto de reventar de tan forzadas que brotaban de la nada.

Chow y Su, sostenidos en la pared de ladrillos, con su burbuja lastre y el clásico ya nunca volveremos a vernos sin una sola palabra, con esa certeza, tan lúcida y tan irrevocable del patetismo.


VII
Chow y Su, perdiéndose sin siquiera haberse encontrado. M. sonriendo y con el humo incandescente en la cara, M. distante, a cientos de años luz de Su.
M. dejándose llevar por el clap clap millones de veces de la lluvia, por el lánguido tempo de la burbuja.

M. derrotado, otra vez, por el melodrama y las frases hechas y deshechas, por la melancolía toda de una noche fría de lluvia y charcos y zapatos mojados.

Melodrama, melodrama puro, M. soñoliento y triste, hiperbólico, lleno de tanta, tanta derrota.


VIII
Qué estupidez, qué estupidez tan grande, pensó M. mientras J. lo besaba y le secaba los cabellos al momento de recitar el infaltable aluvión de los te acuerdas de…

M. sonrió, se carcajeó frenéticamente y se disolvió entero en la escenografía, se destornilló de risotadas y se imagino a sí mismo y a J., desfigurados de risa, convulsionado a lo Maga y Oliveira, desparramados en el piso metafísico de cualquier habitación esclerótica, siendo ellos, igual a ellos, más allá de ellos, pero sin lágrimas.

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