miércoles, 8 de octubre de 2008

LOS PUERCOS

Era agosto. Se notaba porque el aire caliente resoplaba y las moscas andaban por todos lados. La turba lo persiguió hasta llegar al barranco, donde el pobre tuvo que detenerse para no caer al precipicio. El sol le tatemaba la frente, haciendo que el sudor frío cayera por su cara a borbotones. Eso y el espanto de su cara lo decían todo, debía dar su versión y esperar que le creyeran, o morir frente a la multitud encendida. Al fin le cedieron la palabra.

Dijo que él no robó los puercos, que clarito vio en la noche cuando el patrón los sacó del corral. A lo mejor los vendió y ahora buscaba a un pendejo para que los repusiera, y así obtener doble ganancia. Les preguntó a todos, sus carnales, sus hermanos de mezcal, si en verdad lo creían capaz de morder la mano de quien le daba tortillas duras y frijoles para comer. Luego tragó saliva y lloró.

Todos lo perdonaron, al menos fue lo que contaron después, pero ni eso evitó que lo tumbaran a pedradas, como un aguacero de mayo.

No hay comentarios: