lunes, 13 de octubre de 2008

Suena a corderitos

Pensar y repensar. Revelar, develar, desvelar los acontecimientos, rasguñar de las paredes la costra de las vidas anteriores. Le gustaba esa idea de verse como en un escenario: un hombre fumando y fumando, sentado en el borde del colchón, admirando por la ventana el argón resplandeciendo en los parabrisas de los autos y en las casas aplatanadas de los vecinos. Medianoche y deshilachando, despanzurrando esa inmensa bola de estambre que a menudo es la realidad. Separar, deshebrar, anudar y reanudar los cordelitos (suena a corderitos, reflexionó M.) de colores hasta que la bola se hace bolita y luego sólo el aire queda y los cordoncitos telarañas por toda la habitación. Unir las acciones a las consecuencias, los encuentros a los desencuentros, los proemios a los desenlaces, lo relacionado a, lo que depende de, lo que obedece, responde anticipa explica que: dos más dos da siempre cuatro y si le restamos uno invariablemente tres.

Lo consecuente con lo consecuente.

–como si la realidad fuera una y el blablablá del alfa y el omega, cuadrado, jodidamente cuadrado, M. murmuró mientras se acodaba en la ventana y encendía otro cigarro. Desmantelar la costra, diseccionarla hasta adherirla a las uñas, como se hace con la mugre, tejer y destejer preciosos y barrocos castillos aterradores: los hilos eses se pliegan y se retuercen, los hilos equis se amoldan o se sobrepasan, los hilos semicirculares chocan unos con otros, los cóncavos generalmente quedan sueltos, se incrustan al piso y es dificilísimo despegarlos.

-fumo demasiado, pero el reproche era algo más que un reproche, era la constatación delatora de que, en efecto, estaba ahí y se encontraba en su habitación y fumaba y no podía dormir y no podía dejar de pensar repasar repensar de-construir aquella bola de estambre del año de 98, ese hilo negro de mujer enero de 03, aquel quebradizo castillo de casi 7 años, esa pequeña partícula de costra que le duró seis meses en el índice de 07.

-estoy fumando mucho, repitió luego de una bocanada, a pesar de que poco o nada le importaban las dos cajas diarias y el insomnio al que se venía acostumbrando desde hace algunos meses, a pesar de que comprendía que había que volver a empanzurrar la bola, moldear el garfio mental con el que se atrapan los pececillos de estambre y hundirse, clavarse un chapuzón en la pecera para cazar uno por uno los cordelitos de colores (hasta los pegados al piso), desenmarañar los nudos ciegos y clarividentes de todos, todos los castillos, sacarse de las uñas todo rastro de costra, hilachar, suturar, zurcir y uncir toda divergencia-dispersión-cordeliana. Dar al garfio lo que es del garfio, resarcirle al aire la bolita para entre vuelta y vuelta condescenderle a la bola su densidad antediluviana, su perfección circular de círculo que lo contiene todo, ojo de toro, ojo negro, hoyo negro, ojo aleph, círculo circular, círculo círculo, cerrar el círculo, abrir la bola, cerrar la bola, alfa y omega. Cerrar.

-ya pasará… ya pasará, calculó mentalmente. Le dolía un poco estar ahí, jugando al gato y la sombra, relamiéndose los bigotes, arañando y desembarazándose las garras de las vetas de estambre, y el miasma blanco, húmedo y moteado del amanecer que escurría como el argón, y su torso habituado a un rectángulo que parecía estar suspendido en la nada. Había que aceptarlo todo como se debe aceptar todo, aceptándolo. Llegar al fondo, al centro de la bola, afilar las uñas y aferrarse al aire que está como fingiendo falta de peso, hurgar en esa masa impostora, licuarse en ella y aprehender ese dolor por el dolor mismo. Dolor necesario, dolor consumado, dolor dolor, metadolor, dolor porque el centro ya no era centro si no capas y capas de cordelitos envolviendo la habitación, las calles, la ciudad, el mundo bola de estambre, y él en el epicentro del ojo de toro, pequeñito, diminuto pez petrificado por el garfio.

Escenificar, representar, personificar el fondo del fondo, salir sapo airado del charco de agua, embarnizado y reluciente, saberse en el centro y fuera de él, enmarañar con las uñas la costra y las tiritas de colores, hacer y deshacer la bola aun sabiendo que él mismo es el centro de otra bola minúscula, y en esa bola minúscula él mismo dentro de una bola microscópica y en esa bola microscópica él mismo dentro de una bola nanométrica, en cada centro él mismo y así hasta el alfa y el omega. Él mismo proyectándose millones de infinitas veces hacia el interior de los centros de un fondo sin fondos, hasta el último cigarro de la caja y el sueño seduciéndolo como a un corderito (suena a cordelito, bostezó M.), hasta los bordes desbordados del universo... hasta llegar a las últimas y más coloridas consecuencias de ser: lo consecuente con lo consecuente.

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