Ahora que estoy más deprimida que cualquier otro día ya no puedo tomar clonozepam, desde mi ventana veo los carros, las vecinas, los niños y los perros como en un cataplasma, todo revuelto, todo raro, y las casas, las viejas casas que desde niña no han cambiado nada, son como covachas donde la luz de las lámparas mercuriales no entra. No distingo bien a las personas que pasan por la calle, son animales o sombras o bultos, todo se revuelve, me duele la cabeza.
Cuando me deprimo no se me ocurre hacer otra cosa que ver la televisión, pero eso me deprime más, o salir a escondidas a fumar, se supone que la nicotina me altera, pero me siento un poco mejor cuando fumo, aunque tengo que robarle los cigarros a Juan porque el psiquiatra dijo que lo mejor sería que me quedara en casa unas semanas; no debo salir a la tienda, pocas veces salgo a la calle. Ana y Caro a veces me visitan, pero después de un rato se aburren y se van porque no tengo mucho qué decirles, me molesta un poco que me miren con esas caras de pobrecita, ya no es la misma, y que finjan alegría, gusto de verme, pero igual, son mis amigas y en el fondo ellas saben que tampoco son felices.
Las manos me tiemblan, he intentado llamar a Yolanda pero su esposo siempre dice no se encuentra, seguro piensa que como ella ahora está bien no debe hablar con nadie que le recuerde el manicomio. Me cayó bien la Yola, me dio mucha risa cuando en los grupos de la clínica dijo que su Roberto era un viejo calvo panzón y controlador, en seguida se puso a llorar y todas nos pusimos serias. Yola es muy bonita, su pelo es negro, largo y lacio, su piel es blanca blanca, se le ven unas venitas azules en las piernas, parece una niña pero ya tiene veintisiete años; nos pasábamos noches enteras hablando, me contaba de su hijo Jonatan, de Roberto y de lo frustrada que se sentía por no poder salir de la clínica. Nunca me dijo por qué estaba internada.
La olanzapina no es lo mismo, extraño el clonozepam, me tranquilizaba tanto, me dolía menos mirar por la ventana y no comprender nada, no entender ni un poquito de nada de lo que ocurría afuera; pero el psiquiatra dijo que el clonozepam mata las neuronas, que la olanzapina es mejor, no crea dependencia, pero eso no me importa. Me hubiera intoxicado con otra cosa, para que me recetaran el clona y no al revés, fui una tonta.
Pocas veces veo a Juan, hay ocasiones en que no llega a dormir, cuando lo veo le sonrío pero me voltea la cara, dice que está ocupado y que tiene muchas cosas qué hacer; pero yo sé que no quiere pasar tiempo en la casa, está molesto conmigo.
Una vez desayunábamos y se me quedó mirando y me dijo algo así como fue una pendejada lo que hiciste, sólo piensas en ti y te vale madre lastimar a las personas, mis papás se quedaron callados, mamá agachó la cabeza y papá fue a la cocina a servirse más café, su taza estaba casi llena.
No me gusta estar sin hacer nada, de pronto me entra la ansiedad, la angustia, y tomo algún libro de los que Juan tiene en su cuarto, me desespero y lo abandono a las cinco, diez páginas. Llamo a Yolanda aunque sé que su esposo me va a contestar un no se encuentra, veo la televisión, intento dormir, extraño el clonozepam, fumo, me baño cuatro veces al día (el agua caliente me serena), me meto al cuarto de Juan, veo sus papeles, sus libros y las fotos de gente que no conozco, de sus dos o tres amigos, me recuesto en su cama y pongo el dvd, intento ver una película de las que él tiene, me aburren, son aburridísimas, la devuelvo al estante y salgo del cuarto revisando cuidadosamente que todo quede en su lugar, no se vaya a molestar.
Me siento tan desesperada, me asomo por la ventana, afuera todo es tan confuso, tan extraño. Ojalá no llueva, me ponen tan nerviosa las tardes nubladas.
sábado, 6 de septiembre de 2008
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