El Dr. Wolf bebía vino frente al cadáver de su última víctima. Entre trago y trago, entre humo de probetas y tubos de ensayo, meditaba sobre lo que había sido de su vida. La memoria era carrete que corría escenas a color y a blanco y negro, donde a veces aparecía como gladiador, asesino o bestia magnífica. En realidad se parecía más al cínico de la pantalla que a su alter ego común y corriente. Sonrió.
Su mayordomo –quien leía la mente y veía el futuro– entró al laboratorio en ese momento. Miles de focos led y ruidos eléctricos enmarcaban la escena. Sonrió también. Lo hizo porque sabía el destino de su amo: El cazador se convertiría en presa. Tomó una copa que estaba sobre la mesa y la alzó diciendo:
–Larga vida al absurdo, doctor Ruvinskis.
El señor Wolf se desconcertó, pero luego de close up a la sonrisa y mirada socarrona del hombre, sólo atinó a carcajearse como villano de película, sin saber que poco después él mismo comprobaría la efectividad de su mortal brebaje.
domingo, 10 de febrero de 2008
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