Sobre la globalización se puede teorizar y despejar cuestiones a través del análisis, pero siempre queda la perspectiva (a tomarse en cuenta) desde “nuestro mundo de vida”; a través del cual el hecho, o la teoría, se presenta como algo familiar y comprensible para cualquiera, toma familiaridad, se hace admisible.
Al afirmar lo anterior, pongo en perspectiva la globalización o “la marca de Caín”, ese algo que determina la época que vivimos, eso intangible que nos rodea, como pretexto para confrontarnos como egresados del área de ciencias sociales humanidades.
“Es algo que nos afecta e involucra a todos”, pero también es algo que se puede estudiar, a partir de herramientas (en este caso textos) y revisiones, no a profundidad y sin aplicar una metodología rigurosa, como la que necesitaría cualquier acercamiento científico y de análisis, simplemente se aborda por estar inmersos la mayoría (si no es que todos), en las problemáticas desprendidas de este fenómeno.
Comprendemos gran parte del problema, aunque no quiera decir que lo veamos a profundidad, sino de una manera superficial y con conceptos no muy bien definidos que carecen de argumentos para sostener una visión o vislumbrar un hecho particular. Aun así, todo esto no nos exime de la labor que se espera que desempeñemos, acorde con los fines, visión y perfil que propone en su ley orgánica la UANL y la facultad a la que pertenecemos.
A lo largo del tiempo se ha percibido, de manera general, nuestra falta de “conciencia” o participación en lo solución, análisis y conocimiento de las problemáticas sociales o generales; a pesar de que la percepción puede ser diferente en cada uno de nosotros, la verdad es que no se ha podido llegar a un consenso o un acercamiento para plantear algo en forma grupal o generacional.
Uno de los objetivos particulares de nuestras carreras era el de la reflexión “en torno a los elementos personales que poseemos para comprender los procesos sociales y actuar en la sociedad”, entre estos objetivos también se presentaban los verbos, “situar, meditar, comprender, analizar y debatir”. Estamos inmersos en un estado de vida que nos ata al determinismo y ha otras acciones parecidas o equivalentes, pero con las oportunidades que hemos tenido (mas bien con la responsabilidad que nos corresponde), suena ilógico no llegar a nada; o ante las acciones que se puedan efectuar, y que se describen en las líneas anteriores, no seguir ejerciendo estas. Las universidades fueron creadas con el fin de ser centro, génesis y gestadoras de conocimiento y propuestas para las problemáticas del contexto del egresado, y al correr del tiempo lo que se ve es una indiferencia a voltear hacia fuera y enfrentarse con la “realidad”.
Lo anterior lo podemos desprender y comparar con lo que afirma Ulrich Beck en su texto[1], que el “vivir nuestra propia vida”, se convierte en una forma de evasión de una realidad que nos es indiferente o nos ahoga, escapamos a este enfrentamiento y nos volvemos inconscientes a “algunas realidades”.Este reconocimiento de la individualidad y la diversidad afecta las formas de organización y nuestra perspectiva del mundo es lógicamente la de sentirnos “solos”, y en contraparte: resulta grato y placentero encontrarnos a alguien que concuerde con cosas que nosotros pensamos.
Otro texto que resulta esclarecedor, por lo que señala es el de Raquel Glazman[2], que se relaciona directamente con lo expuesto con anterioridad, ya que los egresados reflejan “los fines” que persigue su universidad según las tendencias, abandonando “los mandatos de búsqueda de la verdad desde el valor intrínseco del conocimiento: desde la esencia de la calidad como resultado inherente de los procesos de investigación y desde un sentido humanista y social de la docencia en la educación superior.” Es así como: “Las universidades públicas cambian su rumbo. La identidad de las instituciones y de sus actores se ciñe al interjuego de variables ajenas en una reducción a puntajes de todo tipo como condición mágica para la excelencia”.
Es de esta forma como las instituciones de las cuales egresamos se ciñen a procesos que las alejan de fines y motivos por la que fueron creadas, resultando profesionistas alejados de estos mismos y convirtiéndose, ya no en posibles entes que hagan propuestas para problemáticas específicas, sino solo en objetos y elementos de la dinámica social dominante que marca la globalización.
Glazman también hace valiosas observaciones a un nivel más específico en torno al porque se dan egresados alejados de estos movimientos y procesos, pero abarcando una problemática general, al mencionar las condiciones universitarias de muchas instituciones públicas del país, en donde se “instauran procesos que van desde la exclusión de voces críticas o cuestionadoras hasta la selección intencionada de
conocimientos en el currículum, desde la discriminación en el financiamiento de programas y la admisión selectiva de los alumnos, hasta la inclusión de profesores con características determinadas de sumisión”. Pesando en esta perspectiva no es extraño que los que egresan de las universidades hoy en día se sientan alejados o extraños a los hechos que los rodean, e incluso que los afectan.
Es por esto que la autora pone a la autonomía universitaria y la libertad de cátedra como “principios que garantizan una promoción libre del conocimiento”; teniendo la oportunidad de generar de forma correcta éste y de acercarse a los hechos como cuestiones científicas y no solo de análisis, comparando esto con los datos que se citan antes, nos volvemos concientes de que se trastoca profundamente los principios mencionados y se laceran dos elementos fundamentales para la supervivencia de las universidades como institución.
Nos enfrentamos ante todas estas perspectivas, con la idea (utópica) de que es imposible cambiar algo del estado actual de las cosas, los hechos nos llevan a pensar esto, ideas que se nos venden y preferimos comprarlas ante la fatiga intelectual, o pensar que nuestros “lideres” resolverán las contingencias, que es mejor tener un lugar asegurado para la próxima emoción, o pensar en la falacia de la felicidad como búsqueda del paraíso o simplemente evadirnos.
Ante todo esto, pasan ante nuestros sentidos hechos a diario sobre hombres que pierden la vida en su trabajo por falta de equipo de seguridad, su familia protestando llevando su cadáver y declarando que esto es un “crimen laboral”, pero temen que nadie les haga caso; u oír que HYLSA paga un gran impuesto por contaminación a la UANL (basta con solo mirar la barda del estadio o su estacionamiento; incluso rectoría presenta esta contaminación aunque con el nuevo diseño no se nota tanto y es mas fácil lavarlo) y la universidad no menciona a donde van esos fondos, o por lo menos no se utilizan en cuestiones ecológicas, otro de los fines de esta: proteger la ecología y tender a su mejora.
En algunas ocasiones se percibe que la mayoría de la población no sabe porque hace las cosas o al menos no parece tener real conciencia de esto, ya que las incongruencias (como las anteriormente señaladas) están por todos lados, en el comportamiento, los hechos, las políticas, las acciones, etc.
A veces la realidad parece agobiarnos, o abusamos de la locura para poder sobrevivir (como decía Erasmo de Rótterdam), evadirnos, caer en los “abismos” sociales, mientras que solamente somos observadores de “esos otros” que intentan trepar al “tiovivo de la imaginación” y tratar de hacer desde ahí alguna acción que cambie las cosas, o por lo menos la perspectiva.
Buscamos culpables: el gobierno, el país, la gente, la globalización… en fin el neoliberalismo; ante esto la sobrevivencia se presenta como opción de un ideal de vida.
Bourdieu, hablando del neoliberalismo menciona algo que se aplica a todas nuestras razones: “El neoliberalismo pugna por un simple dejar hacer a las fuerzas económicas, es decir, por el fatalismo económico”[3], en nuestro caso lo podemos ver como un determinismo, una forma de permanecer y “dejar hacer”.
[1] Beck, Ulrich (2001), “Vivir nuestra propia vida en un mundo desbocado: individualización, globalización y política”, en Anthony Giddens y Hill Hutton (eds.), En el limite. La vida en el capitalismo global, España, Tusquets, pp. 233-245.
[2] Glazman, Raquel (1999), Políticas educativas y universidades públicas Fin del siglo XX. Conferencia impartida en el diplomado en Docencia Universitaria, UANL- Centro de Apoyo y Servicios Académicos, Monterrey, Nuevo León, 21-23 de Julio, pp. 1-27.
[3] Bourdieu, Pierre (1997), Los motivos de la ira, en Fractual, revista trimestral, N° 4, enero-marzo, año 1, volumen II, pp. 125-156
Página WEB http://www. Fractal.com.mx/F4bourdi.html
miércoles, 27 de febrero de 2008
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2 comentarios:
Me gustó tu artículo. La verdad es que las cosas en el país (y en el estado)no van muy bien.
Ojalá quede algo más que sólo esperar.
Me gustó tu artículo. La verdad es que las cosas en el país (y en el estado)no van muy bien.
Ojalá quede algo más que sólo esperar.
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