sábado, 13 de diciembre de 2008
Antonio Gamoneda
Pavana Impura:
1. Tu cabello en sus manos; arde en las manos del vigilante
de la nieve.
Son las cebadas, la siesta de las serpientes y tu cabello en el
pasado.
Abre tus ojos para que yo vea las cebadas blancas: tu cabeza
en las manos del vigilante de la nieve.
* * *
2. Todos los árboles se han puesto a gemir dentro de mi espíritu
al recordar tus bragas en la oscuridad, la luz debajo de tu piel,
tus pétalos vivientes.
Atravesando los aniversarios, a veces viajan las palomas ebrias.
Venga desnuda tu misericordia, ah paloma mortal, hija del
campo.
* * *
3. El mirlo en la incandescencia de tus labios se extingue.
Yo siento en ti grandes heridas y te desnudas en mis fuentes.
Se extingue el mirlo en las alcobas blancas donde soy ciego,
donde, algunas veces, suenan en ti grandes campanas.
* * *
4. Busco tu piel inconfesable, tu piel ungida por la tristeza de las
serpientes; distingo tus asuntos invisibles, el rastro frío del
corazón.
Hubiera visto tu cinta ensangrentada, tu llanto entre cristales
y no tu llaga amarilla,
pero mi sueño vive debajo de tus párpados.
* * *
5. La inexistencia es hueca como las máscaras y su visión es
lívida, pero tú oyes el grito de las madres del agua y acaricias
los ojos que vieron la inexistencia.
* * *
6. Nuestros cuerpos se comprenden cada vez más tristemente,
pero yo amo esta púrpura desolada.
Ah la flor negra de los dormitorios, ah las pastillas del amanecer.
* * *
7. Entra otra vez en las alcobas blancas.
Grandes son las jarras de la tristeza en las manos mortales.
Entra otra vez en las alcobas blancas.
* * *
8. Amor que duras en mis labios:
Hay una miel sin esperanza bajo las hélices y las sombras de las
grandes mujeres y en la agonía del verano baja como mercurio
hasta la llaga azul del corazón.
Amor que duras: llora entre mis piernas,
come la miel sin esperanza.
* * *
9. Ha venido tu lengua; está en mi boca
como una fruta en la melancolía.
Ten piedad en mi boca: liba, lame,
amor mío, la sombra.
* * *
10.Llegan los animales del silencio, pero debajo de tu piel arde la
amapola amarilla, la flor del mar ante los muros calcinados
por el viento y el llanto.
Es la impureza y la piedad, el alimento de los cuerpos
abandonados por la esperanza.
* * *
11. He envejecido dentro de tus ojos; eras la dulzura y el exterminio
y yo amé tu cuerpo en sus frutos nocturnos.
Tu inocencia es como un cuchillo delante de mi rostro,
pero tú pesas en mi corazón y, como una miel oscura, yo te
siento en mis labios al ir hacia la muerte.
* * *
12. Eres como la flor de los agonizantes
que es invisible mas su aroma entra
en la sombra nasal y es la delicia,
todo en la vida, durante algún tiempo.
* * *
13. En la humedad me amas
y eres azul en tus pezones. hablas
suavemente en mis labios y regresas
a tu prisión en la melancolía.
* * *
14. Tu cabello encanece entre mis manos y, como aguas silenciosas,
nos abandonan los recuerdos. siento la frialdad de la existencia
pero tu olor se extiende en las habitaciones y tu lascivia vive en
mi corazón y entra mi pensamiento en tus heridas.
* * *
15. Existe el mar en las ciudades blancas,
coágulos en el aire dulcemente sangriento,
sábanas en la serenidad.
Existen los perfumes inguinales, lenguas en las heridas femeninas
y el corazón está cansado.
Entra con tus campanas en mi casa, pastora ciega, sin embargo,
como si no tuviera la dulzura su fin aún en las ciudades blancas.
Sábado:
1. El animal que llora, ése estuvo en tu alma antes de ser amarillo;
el animal que lame las heridas blancas,
ése está ciego en la misericordia;
el que duerme en la luz y es miserable,
ése agoniza en el relámpago.
La mujer cuyo corazón es azul y te alimenta sin descanso,
ésa es tu madre dentro de la ira;
la mujer que no olvida y está desnuda en el silencio,
ésa fue música en tus ojos.
Vértigo en la quietud: en los espejos entran sustancias
corporales y arden palomas. Tú dibujas juicios y tempestades
y lamentos.
Así es la luz de la vejez, así
la aparición de las heridas blancas.
* * *
2. Estoy desnudo ante el agua inmóvil. He dejado mi ropa en el
silencio de las últimas ramas.
Esto era el destino:
llegar al borde y tener miedo de la quietud del agua.
Geórgicas:
1. Tengo frío junto a los manantiales. He subido hasta cansar
mi corazón.
Hay yerba negra en las laderas y azucenas cárdenas entre sombras,
pero, ¿qué hago yo delante del abismo?
Bajo las águilas silenciosas, la inmensidad carece de significado.
***
Aún:
Hubo un tiempo en que mis únicas pasiones eran la pobreza
y la lluvia.
Ahora siento la pureza de los límites y mi pasión no existiría
si dijese su nombre.
* * *
Alguien ha entrado en la memoria blanca, en la inmovilidad
del corazón.
Veo una luz debajo de la niebla y la dulzura del error me hace
cerrar los ojos.
Es la ebriedad de la melancolía; como acercar el rostro a una
rosa enferma, indecisa entre el perfume y la muerte.
* * *
Hablan los manantiales en la noche, hablan en los imanes
del silencio.
Siento la suavidad de las palabras olvidadas.
* * *
La obscenidad entró en mis huesos y, más tarde, aquel aceite
sigiloso, el que prepara el corazón.
Ahora vendrán los días de las grandes milongas.
* * *
Sábana negra en la misericordia:
Tu lengua en un idioma ensangrentado.
Sábana aún en la sustancia enferma,
la que llora en tu boca y en la mía
y, atravesando dulcemente llagas,
ata mis huesos a tus huesos humanos.
No mueras más en mí, sal de mi lengua.
Dame la mano para entrar en la nieve.
* * *
Amé todas las pérdidas.
Aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible.
* * *
Recuerdo el frío del amanecer, los círculos de los insectos sobre las
tazas inmóviles, la posibilidad de un abismo lleno de luz bajo las
ventanas abiertas para la ventilación de la enfermedad, el olor triste
de la sosa cáustica.
Pájaros. Atraviesan lluvias y países en el error de los imanes y los
vientos, pájaros que volaban entre la ira y la luz.
Vuelven incomprensibles bajo leyes de vértigo y olvido.
No tengo miedo ni esperanza. Desde un hotel exterior al destino, veo
una playa negra y, lejanos, los grandes párpados de una ciudad cuyo
dolor no me concierne.
Vengo del metileno y el amor; tuve frío bajo los tubos de la muerte.
Ahora contemplo el mar. No tengo miedo ni esperanza.
Eres sabio y cobarde, estás herido en las mujeres húmedas, tu
pensamiento es sólo recuerdo de la ira.
Ves la rosas temibles.
Ah caminante, ah confusión de párpados.
Hay una hierba cuyo nombre no se sabe; así ha sido mi vida.
Vuelvo a casa atravesando el invierno: olvido y luz sobre las ropas
húmedas. Los espejos están vacíos y en los platos ciega la soledad.
Ah la pureza de los cuchillos abandonados.
Amé todas las pérdidas.
Aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible.
* * *
Roza los líquenes y las osamentas abandonadas al rocío,
después alcanza las habitaciones y entra en las hebras de la sosa caústica.
Luego viene a tus manos como una lengua luminosa y se desliza
en las grasientas células. Hierve como suavísimas hormigas y tus manos
se inmovilizan en la felicidad.
Cuando el sol vuelve a su cuenco de tristeza
mira tus manos abandonadas por la luz.
Frío de límites:
A la penumbra auricular no viene nunca el sonido del
amanecer. Muge el silencio en las ocultas bóvedas y se desliza en tus
membranas. Silban los pájaros y tu pasión es sorda.
Tú no estás ya en tus oídos.
* * *
Va a amanecer. Hay noche aún sobre tus llagas.
Ya vienen los cuchillos del día. No
te desnudes en la luz, cierra los ojos.
Quédate en tu cama sangrienta.
* * *
Ardes bajo las túnicas carnales.
Ha sido inútil la sutura negra:
no hay agua en ti. todas las fuentes manan en otra edad
y se enloquece la pureza de la copa vacía.
* * *
Entra en tu cuerpo y tu cansancio se llena de pétalos. Laten en
ti bestias felices: música al borde del abismo.
Es la agonía y la serenidad. Aún sientes como un perfume la
existencia.
Este placer sin esperanza, ¿qué significa finalmente en ti?
¿Es que va a cesar también la música?
Diván en Nueva York
Tú en la tristeza de los urinarios, ante las cánulas de bronce
(amor, amor en las iglesias húmedas);
ah, sollozabas en las barberías (en los espejos, los agonizantes
estaban dentro de tus ojos):
así es el llanto.
Y aquellas madres amarillas en el hedor de la misericordia:
así es el llanto.
Ah de la obscenidad, ah del acero.
Vi las aguas coléricas, y sábanas, y, en los museos, junto a la dulzura, vi los imanes de la muerte.
Te desnudaron en marfil (ancianas, en los prostíbulos profundos) y te midieron en dolor, oscuro:
así es el llanto, así es el llanto.
Ten piedad de tus labios y de mi espíritu en los almacenes;
ten piedad del alcohol en los dormitorios iluminados.
Veo las delaciones, veo indicios: llagas azules en tu lengua,
números negros en tu corazón:
ah de los besos, ah de las penínsulas.
Así es el llanto;
así es el llanto y las serpientes están llorando en Nueva York.
Así es el llanto.
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